Cuando
la oscuridad reinaba en el bosque Nyx se despertaba para cazar, se movía entre
las sombras de los árboles que proyectaban la luz de la luna. Era el verdugo de
almas perdidas, bebedor de sangre.
Le
causaba un éxtasis único clavar a su
presa y drenarle la vida, verla desangrarse era un placer orgásmico. Esta vez
había tenido suerte, su presa era increíblemente hermosa, sus alas doradas
resplandecían aún en la oscuridad, su rostro parecía de porcelana, tenía los
ojos muy oscuros y su cabello era de un rojo intenso. Emanaba una tristeza
infinita, su corazón apenas latía, cada vez más lento, casi inaudible, gota a
gota la sangre escapaba de su cuerpo. Los
silencios se arremolinaron insoportables a su alrededor, la revelación de la identidad
del hada llegó demasiado tarde: a
Tenanye nadie la podía tocar y Nyx había bebido su sangre y acabado con su
existencia.
Los
habitantes nocturnos del bosque fueron testigos del final. El viento arreció y a lo lejos gritos desgarrados clamaban venganza. El aleteo se dirigía contra el devorador.
Se abrió a las miles de hadas
que por siglos había cazado, una explosión de venas y arterias, carne y huesos
emanaban de Nyx, parecía contener la
sangre de mil cuerpos. Ahora era él quien se desangraba, y así fue por días,
semanas, años. Su muerte fue lenta y dolorosa, una maldición que debía pagar
por su pecado. Se había equivocado de presa. Le había arrebatado al mundo la
única esperanza de sentir alegría.
Escrito por Claudia Liz Flores
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