Durante siglos las hadas
habían sido atraídas por la belleza de un laberinto escondido en medio del
bosque. Una vez que la víctima entraba en aquel lugar, era imposible salir con
vida, el miedo se hacía real hasta dejarla inmóvil y nada, excepto el Devorador
podía sacarla de aquel oscuro y solitario lugar.
Lorik era un coleccionista, los
ojos de las hadas muertas, se convertían en joyas preciosas de colores únicos e
irrepetibles, él disfrutaba recordar la súplica de libertad que cada una de sus
víctimas había cantado antes de morir, antes de sacarle los ojos.
Belay lo había observado por
milenios y a pesar de conocer su oscuridad, sentía amor y compasión por un ser
que no podía ir en contra de su naturaleza, ya no soportaba aquella realidad en
la que lo suyo era más que imposible, ya no le parecía suficiente sentirlo
cerca...había decidido morir a manos de su único amor. Ella era un hada
bellísima, su larga cabellera color topacio caía sobre sus hombros, sus alas se
agitaban tan rápidamente que resultaban casi imperceptibles, excepto por el
halo de luz multicolor que la seguía. Lorik estaba encantado con su belleza,
así que la siguió por días y semanas, le extrañaba que el hada no pareciera
asustada o preocupada, por eso decidió acercarse, hablarle, hechizarla con su
mirada para después devorarla.
El resto estaba borroso,
recordaba fragmentos de lo sucedido, había hecho el amor con el hada, la había
visto sonreír y llorar, había probado su sangre, se había saciado en ella…él
había caído en su hechizo, había sido la presa.
Oscuridad, la nada y luego una
luz cegadora que lo obligó a despertar. Durante unos minutos se forzó a
mantener los ojos abiertos, tardo un poco en acostumbrarse a la luz del sol.
Entonces recordó que estaba solo, desenterró su ropa y cubrió su desnudez,
había pasado la 5ta noche, de muchas por venir, en medio del desierto, con la arena cubriendo su cuerpo. Buscaba
pasar desapercibido, inclusive de
las estrellas. No existía entidad en el universo que lo salvara del terrible
castigo que ahora merecía. Sabía que era culpable de un grave delito contra la
naturaleza, sentía la boca seca y alrededor de sus ojos se marcaban unas
grandes y oscuras ojeras, resultado del miedo,
el hambre y la ansiedad que lo aprisionaban; en sus puños sujetaba con fuerza
su pequeño y recién adquirido tesoro…unas grandes perlas tornasol que además
representaban un sacrificio de amor. El
había sido un cazador, de los mejores de su especie y sin embargo los ojos de
Belay lo habían obligado a huir del bosque…Mientras se vestía, intentaba
entender lo sucedido. Nada tenía sentido y sabía que lo que sentía no era
simplemente un delirio de persecución.
Escrito por Claudia Liz Flores
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