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viernes, 13 de septiembre de 2013

TRECE

Su corazón late nuevamente de manera pausada, tan lento cómo las manecillas de un reloj que no avanza a pesar de la prisa que tiene por agotar el minuto mismo. La vieja canción de cuna que su madre solía cantarle le ayuda a calmar su ira, la tararea en su interior. Hoy no logró detenerse y ya es tarde.

Camina sosegado y bajo sus pies la paja se mantiene quieta e inquebrantable, parece una alfombra roja dispuesta para él. Raúl no puede evitar pensar que, al final, la vida es sólo un espectáculo, uno cuyo guión estaba escrito aún antes de que él existiera.

Piensa en su madre, sentada junto a la ventana, sosteniendo el cigarrillo con la comisura del labio, jugando con sus cartas, adivinando el futuro una y otra vez, esperando en cada tirada un resultado diferente, no quiere morir. La cara pálida que sólo refleja muerte, observa al pequeño niño que juega en la sala con sus soldaditos de plomo y  todo rubor huye despavorido de su rostro amable y amoroso, dejando sólo la blancura de un fantasma. Él se siente observado, y por primera vez, ve en ella algo de los entes que se le aparecen en sueños.

Muchos años han pasado, hoy ella ha muerto, igual que el perro ovejero de la granja,  la pequeña Lilia, el desconocido que pedía aventón, la vieja solterona y ocho personas más, que en un viernes 13, tuvieron la desgracia de cruzarse en su camino.

Está agotado, los sacos de maíz parecen el lugar ideal para observar su escena terminada, para grabarla en su memoria. Es la primera vez con un ser querido, se siente orgulloso y sabe que se repetirá muy pronto, en dos meses habrá otro viernes similar, su padre aguarda frente al televisor a medio dormir, a medio vivir, pasa tanto tiempo borracho recostado en el viejo sillón, que ni siquiera notará que algo está por suceder.

Los ojos azules y desorbitados de su madre aún lo observan, Raúl por fin ve en ellos la mirada de aprobación que tanto buscó. Ella huele a especias y heno, mezclados con putrefacción, luce descolorida en el fango, a su lado el cerdo chilla, exigiendo a su manera, que desalojen su espacio.

El sol huye por los rincones y la sangre toma un color oscuro. Recuerda a cada una de sus víctimas, casualmente van trece, sus fantasmas ahora lo rodean, ensombreciéndole el alma aún más.


                                                                                                                            Zeth Arellano

lunes, 15 de abril de 2013

DESAMOR


La TV está a todo volumen.
Ella ríe a carcajadas
Él llega y se mete al baño. Se lava la cara y se observa en el espejo, las caricias de la otra siguen ahí, sus besos le han dejado los labios hinchados, tal vez ella ni lo note. Se lava la boca para quitarse su sabor o seguirá experimentando espasmos de placer al recordar a la otra.
Ella lo ve salir del baño, apaga la TV, le da la bienvenida, intenta besarlo, la boca la esquiva, igual que la mirada. Lo nota pero prefiere no darle importancia, no quiere hablarlo, teme hacerlo.
Él se pone la pijama, no quiere cenar, se va a acostar.
Ella intenta seducirlo, desea desnudarlo, amarlo.
Él no tiene ganas. La abraza forzado, le da un beso en la frente y finge caer de sueño.
La cama antes cálida, ahora sólo es un colchón con dos cuerpos que apenas se tocan.
Él teme rozarla por error y encenderla.
Ella se sabe olvidada, no quiere molestarlo, teme perderlo. Llora de noche, mientras él ronca, cuando nadie la ve. Sonríe afuera y finge que todo está bien.
La historia se vuelve cíclica.
Ella tiene la certeza de que hay otra en su relación.
Él considera inexistente su relación con ella. Hace más de un año que no la toca, apenas le habla, ya ni siquiera la ve.


Zeth Arellano

lunes, 25 de febrero de 2013

EL NOVIO PERFECTO


Su cuerpo  le daba mucha curiosidad, además se estaba transformando tan rápido que a veces sentía que de una noche a otra, le habían cambiado la funda de piel. Se observaba desnuda frente al espejo, el cuello, sus pechos, su cintura y la muy marcada cadera. Sentía que en general tenía una buena forma, ya que no era ni muy gorda ni muy flaca, tenía carne dónde debía haber, o eso creía ella.

De tanto verse y descubrirse frente al espejo, notó que su seno derecho era más pequeño que el izquierdo, y eso la incomodaba, cuando se acordaba, obvio no era algo que le robara el sueño. En días calurosos, de blusas sin mangas, de telas delgadas, se preguntaba si todos podían notar que el izquierdo era mucho más grande.

Hoy hacía mucho calor y sólo sus tetas ocupaban sus pensamientos. Empezó a preguntarse si el crecimiento  inusual de uno,  era debido a que su novio sólo tocaba él que le quedaba más a la mano cuando la besaba, cuando apañaban. Decidió poner más atención a los detalles del faje la siguiente vez que estuvieran juntos. Le pediría que le tocara más el lado derecho, por lo menos hasta que se emparejaran.

Resultaba algo tonto, pero él, generalmente era comprensivo, y aunque estaba segura que se reiría de ella, le haría ese favor, y si no, pues se buscaría un novio zurdo, uno al que no tuviera  que pedirle que tocara su pecho derecho, que lo hiciera por comodidad.

El novio que no era zurdo se acercaba por la calle, la saludaba de lejos, sonriéndole coquetamente. Ella se emocionó y pensó que de ser ambidiestro, sería perfecto.



Claudia Liz Flores

viernes, 22 de febrero de 2013

LA NOCHE


La humedad de las calles se siente hasta los huesos, disfruto de mis paseos nocturnos. La ciudad de noche te muestra rostros que jamás se verán a la luz del día. Caminar por los callejones me hace sentir seguro, a pesar de saber  que es justo lo contrario, ¿Qué cómo lo descubrí? Hace varias lunas que sé que ella me sigue, he visto sus ojos ocultándose tras la esquina, a veces está tan cerca que puedo sentir su aroma, huele a lavanda mezclada con fierro.

Toda la vida he buscado respuestas a lo que les sucedió a mis padres, mi cuerpo se tensa, la sangre en mi interior se congela y entonces lo percibo, el recuerdo profundo, el olor a lavanda y fierro.

Los edificios son tan altos que apenas se ven la luna y las estrellas, hay ciertos lugares que guardan más oscuridad en Berlín, esos son mis favoritos, porque en lugares así, es dónde ella me visita. Hoy es la noche, la enfrentaré, la cuestionaré. Seguro que hay alguna relación entre la muerte de mis padres y ella. ¿Qué cómo sé que es ella y no él? La he escuchado cantarme una triste y vieja canción de cuna, a veces imperceptible, pero siempre presente. Creo que dejé de percibirla cuando salí de la secundaria, aunque siempre la escuchaba si el día parecía malo o en sueños lejanos.

Veo su sombra sobre mí, detengo mi paso y siento el peso del silencio, me oprime el corazón y casi me deja sin habla.
- ¿Quién eres?- pregunto sin voltear, mientras la sombra se acerca más y más.
-¿Eso importa?-
Pienso brevemente en su respuesta, mientras una rata sale despavorida y se aleja, hacía la luz… 
-Si importa ¿Por qué me sigues? ¿Qué quieres de mi?-
-Sólo te contestaré una pregunta a la vez, así que piensa bien en lo que quieres saber.-
Su voz es melodiosa y suave, es cómo si con cada vocal acariciara mi alma 
–Sé que siempre has estado cerca y me gustaría saber ¿Qué quieres de mi?-
-¿De ti? Es sólo una deuda pendiente, ¿quieres saber que le paso a tus padres?-
-Si, si…¿también estabas ahí?- mi voz tiembla un poco.
-Así es, estaba ahí. Tu padre había apostado sus más grandes tesoros y perdió…-
-¿Y por que no sólo se llevaron el dinero, las joyas…? ¿Por qué se llevaron su vida y la de mi madre?-
Un destello de luz se aparece, la farola frente a nosotros, hace segundos descompuesta, prende súbitamente, veo su rostro, parece de porcelana, muy blanca, aunque algo esquelética. Los vidrios de las ventanas cercanas no la reflejan, sólo a su sombra. Mi corazón da un vuelco y me concentro, hice más de dos preguntas a la vez, ella sabe lo que estoy pensando, me sonríe comprensiva y me responde:
-Sus mayores tesoros no eran materiales, eran tu madre y tú.-
-Entonces ¿Por qué estoy vivo? Debí de haber muerto aquel día…-
-Así es, debiste hacerlo, pero yo preferí llevarlo a él.-
Ahora lo sé… Me cuesta preguntar si mi momento ha llegado, aunque ¿Por qué otra razón estaría parada frente a mí? ¿Por qué otro motivo me dejaría ver su rostro?

Todo a mi alrededor se percibe especial, cómo todo en la noche, escucho a los grillos, el goteo de la brisa nocturna cayendo sobre algún balcón oxidado, el chillido de las ratas, escarbando en el basurero, los latidos de mi corazón cada vez más arrítmicos y lentos…su blanca mano me toma, mientras me canta por última vez esa triste y vieja canción. La farola falla, hasta que todo es oscuridad.

Escrito por Claudia Liz Flores
para Taller de Cuento del
Instituto de Investigaciones Culturales UABC