La
neblina era espesa y cubría gran parte del bosque, estaba oscuro aún y a lo
lejos se percibía la calidez del amanecer que estaba por llegar. Roxin volaba por entre los árboles como cada amanecer
y acariciaba los capullos de las flores para despertarlos, de pronto sintió que
alguien la observaba. Detrás de unos arbustos unos grandes ojos brillaban, la
mirada estaba dotada de cierta humanidad pero pertenecía a un insecto de alas
doradas que Roxin no pudo identificar. Ella conocía a todas las especies y no
supo a cual correspondían esos ojos hipnotizantes que tanto la atraían.
Voló
hacía ellos y pudo escuchar cierto zumbido que iba en aumento según se
aproximaba, estaba asustada pero también intrigada, así que siguió avanzando y
entonces reconoció su nombre: el insecto la llamaba por su nombre. Roxin entró en pánico, cerró sus ojos, ahogó un
grito de terror, y antes de lograr alzar el vuelo, fue atrapada por una mano. Temía
abrir los ojos, pero lo hizo, supo que su hora había llegado. El calor de la
mano que la aprisionaba le daba cierta tranquilidad, sintió la misma protección
experimentada en el seno del capullo que la vio nacer.
El
Devorador ahora tenía posado sobre sus hombros a ese extraño insecto que atrajo
a Roxin, los dos la observaban con detenimiento. El hada medía lo mismo que la
palma de una mano, tenía unas facciones finas, estaba desnuda y temblaba, sus
alas eran hermosas formadas con miles de colores que cambiaban según la
intensidad y dirección de la luz. La acariciaba para calmarla pues sabía que su
sangre no sería tan dulce, ni cálida si seguía aterrada.
Cada
uno se sentía encantado con la belleza del otro. Ro xin
estaba confundida pues creía que los devoradores eran monstruos y seres
solitarios, ahora no podía entender como algo tan bello podía ser tan cruel y
sangriento con las de su especie.
El
Devorador la levantó a la altura de su rostro y le susurró algo al oído, Roxin
sonrió, empezó a reír cada vez más fuerte. Las carcajadas ocultaron el sonido de
su cuerpo despedazándose, de su sangre goteando, la más dulce que el Devorador
había probado en toda su vida.
Claudia Lizeth
Flores
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