Su corazón late
nuevamente de manera pausada, tan lento cómo las manecillas de un reloj que no
avanza a pesar de la prisa que tiene por agotar el minuto mismo. La vieja
canción de cuna que su madre solía cantarle le ayuda a calmar su ira, la
tararea en su interior. Hoy no logró detenerse y ya es tarde.
Camina sosegado y bajo
sus pies la paja se mantiene quieta e inquebrantable, parece una alfombra roja
dispuesta para él. Raúl no puede evitar pensar que, al final, la vida es sólo
un espectáculo, uno cuyo guión estaba escrito aún antes de que él existiera.
Piensa en su madre,
sentada junto a la ventana, sosteniendo el cigarrillo con la comisura del
labio, jugando con sus cartas, adivinando el futuro una y otra vez, esperando
en cada tirada un resultado diferente, no quiere morir. La cara pálida que sólo
refleja muerte, observa al pequeño niño que juega en la sala con sus soldaditos
de plomo y todo rubor huye despavorido
de su rostro amable y amoroso, dejando sólo la blancura de un fantasma. Él se
siente observado, y por primera vez, ve en ella algo de los entes que se le aparecen
en sueños.
Muchos años han pasado,
hoy ella ha muerto, igual que el perro ovejero de la granja, la pequeña Lilia, el desconocido que pedía
aventón, la vieja solterona y ocho personas más, que en un viernes 13, tuvieron
la desgracia de cruzarse en su camino.
Está agotado, los sacos
de maíz parecen el lugar ideal para observar su escena terminada, para grabarla
en su memoria. Es la primera vez con un ser querido, se siente orgulloso y sabe
que se repetirá muy pronto, en dos meses habrá otro viernes similar, su padre aguarda
frente al televisor a medio dormir, a medio vivir, pasa tanto tiempo borracho recostado
en el viejo sillón, que ni siquiera notará que algo está por suceder.
Los ojos azules y
desorbitados de su madre aún lo observan, Raúl por fin ve en ellos la mirada de
aprobación que tanto buscó. Ella huele a especias y heno, mezclados con
putrefacción, luce descolorida en el fango, a su lado el cerdo chilla, exigiendo
a su manera, que desalojen su espacio.
El sol huye por los
rincones y la sangre toma un color oscuro. Recuerda a cada una de sus víctimas,
casualmente van trece, sus fantasmas ahora lo rodean, ensombreciéndole el alma
aún más.
Zeth Arellano